Cultura del esfuerzo
14/04/2023
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Foto: Director General de Innovación en Modalidades Educativas

Sin duda alguna, una universidad debe caracterizarse porque todos sus miembros comparten y viven una “cultura del esfuerzo”. En 1940, ante el Parlamento del Reino Unido, Churchill pronunció una célebre frase: “I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat” (“No tengo nada que ofrecer más que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”). Probablemente el término ‘esfuerzo’ se fusionó con el de ‘sudor’, y ya no quedó en la memoria popular y así únicamente solemos recordar tres: ‘sangre, sudor y lágrimas’. Y qué mejor que un parto, instanciación paradigmática donde confluyen esos tres humores humanos, para revelar el fruto del esfuerzo: la vida, la alegría, la esperanza…

“Sangre, sudor y lágrimas”. ¡Cuántos álbumes musicales o canciones llevan esa expresión en su título o en su contenido! ¿Cuánto cuesta lo bello, lo más sublime? Sangre, sudor y lágrimas. ¿Para andar el camino de la virtud y la santidad? También esas monedas hay que pagar. Y no menos se exige para aproximarnos a la verdad, por cavar hondo en su sentido, por compartirla valientemente a los demás. Los tres trascendentales del ser: bien, verdad y belleza, exigen una cultura del esfuerzo.

Sin esfuerzo no hay plena ni auténtica conquista. Cuando uno mira la historia de la educación y repasa las grandes propuestas didácticas y educativas (desde Quintiliano hasta Malaguzzi, pasando por La Salle o Decroly), uno se da cuenta de un gran transversal, un componente perenne de toda ‘sana pedagogía’: el esfuerzo. Tal vez algunos educadores insistieron en no pedir esfuerzo para conquistas que no convenían en cierta etapa del desarrollo (Herder, Pestalozzi, Montessori, Don Bosco), pero eso no significa que no aquilataran el esfuerzo para conquistar las que sí competían a la edad y fase del desarrollo en que se encontraba el niño o el joven educando.

Nadie aboga, por supuesto, por un despropósito como “la letra con sangre entra”. Pero por alejarnos de ese extremo hemos caído en el opuesto: la cultura soft & chill. Hay, lo digo con tristeza y pesar, un tirar por la borda los sueños que sabemos que nos costarán trabajo. Un libro gordo hoy espanta (a estudiantes y a profesores). Un profesor exigente y desafiante es mal calificado, pues en el reino de las percepciones es visto como poco empático, poco cercano, poco comprensivo. Vuelvo a insistir: el tema es no caer en extremos. Pero hoy no estamos en el punto medio, tenemos que ser sinceros.

La cultura del ‘esfuerzo’ no anula nuestro afán de hacer ‘atractivos’ los contenidos a aprehender y de ‘renovar’ las experiencias formativas. Esta cultura no equivale a ir al baúl de lo anticuado para sacar recursos y estrategias aburridas y tediosas que sólo con gran esfuerzo pueden ser superadas. La cultura del esfuerzo es compatible con la ‘cultura del encuentro’ (clima de cercanía, comunidad y confianza…) y con la ‘cultura de la innovación’ (actualización, originalidad, transformación…). Más aún: no sólo son compatibles, sino que se implican.

El ‘esfuerzo’ es directamente proporcional a la interiorización y asunción de aprendizajes. El ‘esfuerzo’ es gana, garra, fuerza, vida, afán, movimiento… Y estos caracteres se acentúan cuando los fines y metas a alcanzar son más altos, más dignos y más trascendentes. Alcanzar lo alto y trascendente alegra, alegra profundamente. Y puesto que la vida humana no fue hecha para alcanzar lo bajo, sino lo alto, resulta que sin una cultura del esfuerzo hemos dado a luz una generación de jóvenes tristes.

Sin verdadero esfuerzo no hay verdadero saber (verdad), ni verdadera madurez moral (bondad), ni verdadera contemplación (belleza). Si esta Universidad no es un laboratorio del esfuerzo, la pedagogía del bien común lo mismo que los fines del humanismo cristiano que nos hemos propuesto como derroteros, se vuelven fantasías, tan dañinas para quienes las predican como para quienes las creen.

El lema de la Universidad de Bolonia –tal vez la más antigua del mundo– es “Alma mater studiorum”. Es común que a las universidades se les llame “alma mater”. Ahora bien, si nuestra madre nos parió por primera vez, la Universidad nos vuelve a engendrar por segunda vez, pero ahora en tanto da a luz un espíritu culto e instruido, un alma bella y buena. Y en todo parto, decíamos en un inicio, confluyen la sangre, el sudor y las lágrimas. ‘Educar’ y ‘dar a luz’ se parecen en muchas cosas, hoy sólo he querido destacar una: el esfuerzo.