La empatía en una Universidad Católica
22/09/2023
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Foto: Vicerrector de Investigación

Una devoción que comenzó a propagarse desde el siglo XVII fue la devoción al Sagrado Corazón. Las honduras antropológicas que podemos obtener del concepto de ‘corazón’ se encuentra en los hebreos (corazón significa, para ellos, la totalidad de la persona y a la vez lo más íntimo y verdadero de la persona). Pero en la época moderna evocó una idea mucho más afectiva y sentimental de lo que imaginamos. Una de las consignas era sentir como Jesús sentía y esforzarnos por sentir lo que Jesús sentía.

Hoy veo que el concepto de empatía está demasiado secularizado. El objetivo hoy es “ponernos en los zapatos del otro” con la garantía de que así comprenderemos y seremos mucho más sensibles al dolor por el que atraviesa el otro. Sin embargo, el objetivo de la devoción del Sagrado Corazón era muy distinto. Consistía en esforzarnos por ver al otro como Jesús lo vería; en sentir por el otro lo que Jesús sentiría, en fin, en tratar al otro como Jesús lo trataría. En esto está la pequeña y abismal diferencia. La empatía no era, pues, directa (yo-tú), sino indirecta (yo-Cristo-tú).

¿A cuento de qué viene este tema? Pues que, si trato a mi colega o colaborador poniéndome en sus zapatos, muchas veces podré caer en el siguiente autoengaño: “ya me puse en sus zapatos, y de todos modos sigo sin apoyarlo, pues yo en su lugar, sí podría salir adelante”; “ya fui empático con él y de todos modos no logro comprender sus reacciones”; “ya hice el gran esfuerzo de imaginar que soy él, y de todos modos creo que yo en su lugar sí que haría las cosas bien”, etc. En cambio, si antes de juzgar al otro, pidiese la gracia de verlo con la mirada de Jesús, antes de escucharlo tuviese los oídos del Maestro, antes de recibirlo pidiese las disposiciones del corazón de Jesús, seguramente ninguna de las anteriores respuestas se hubiese dado. La mirada sería indulgente, el oído atento y el corazón abierto. Uno de los libros de filosofía que más me impactó en mi licenciatura fue La visión de Dios, de Nicolás de Cusa, y aunque trata de varios temas, uno especialísimo es el que acabo de esbozar.

¿Qué sería de mí si Dios me prestase sus ojos? ¿Cómo vería a cada uno? Sí, a los que están en mi piso, a los alumnos con los que coincido al poner mi credencial en la entrada, al guardia de la biblioteca, al que sirve en la cafetería, a la profesora que está por salir del salón, a los colegas que vi en la junta, al investigador que me topé en un laboratorio, a mis amigos y a los que no me caen bien, a mi esposa, a mis hijos, a quienes les dirijo la tesis, a los del diplomado que imparto en el Museo, a los futuros alumnos que veré en un evento de promoción, a nuestro Vicerrector, el Dr. Mariano Sánchez, al Dr. Emilio Baños, nuestro Rector, a cada uno de la Junta de Gobierno, a los jardineros y al capellán, en fin... ¿qué sería de mi mirar si tuviese la visión de Dios?

Vería seguramente más motivos para comprender y agradecer, que para exigir y juzgar; vería más dolor que frivolidad; vería más motivos de orgullo y satisfacción que de frustración. ¿Y si por alguna extraña curiosidad fuera al espejo a ver qué rostro mío le aparece a la visión divina... no acaso vería a su Hijo, y en su Hijo, a mí, su hijo? Aquí es donde adquiriría mi experimento el momento más dramático de pedir los ojos a Dios. Me habría visto como ni siquiera yo me he soñado nunca, y comprendería por qué incluso murió por mí. Si Dorian Gray vio su rostro desfigurado, yo vería el mío transfigurado... y no estoy seguro quién de los dos sentiría más desconcierto, y no acierto a pensar quién lloraría más.

La oración de un académico de una universidad católica tal vez se concentre en dos palabras, esas que de todo corazón pedía el ciego a Jesús: “que vea” (Mc 10,51). Quiero ver a todos, incluso a mí mismo, con otros ojos: con los ojos de Él. Dios nos mira eternamente con ojos de ternura paternal, para que un día nosotros aprendamos a vernos entre nosotros con ojos de empatía fraternal, porque en el mirar del Padre está el fundamento último de la empatía a la que aspiramos en esta comunidad.