Metáforas automovilístico-académicas
02/07/2024
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Foto: Vicerrector de Investigación

Yo iba en un carril del periférico y necesitaba pasarme al carril de la derecha, puse la direccional, y quien estaba en ese carril, como a 50 metros, aceleró tan pronto vio mis luces parpadear, aceleró notoriamente, me avisó con su claxon, se puso a mi lado y no me dejó pasar. Yo podría acelerar y metérmele a la brava, incluso desde un inicio podía haber dado un volantazo sin avisar, como lo hacen muchísimos, pero decidí no hacerlo. Bajé la velocidad, lo dejé pasar y luego crucé a ese carril. Después del suceso me puse a reflexionar y, llegando a casa, decidí escribir estas breves líneas.

Me enojó mucho el haber necesitado pasarme a un carril lateral y que el otro automóvil no me hubiera dejado pasar. Su objetivo era que yo no estuviera “delante” de él. 

No importaba mi necesidad, no importaba que adelante, en mi carril, hubiera un problema, no importaba si avisé con tiempo, no importaba nada… el punto central era que yo no tenía derecho a ir delante del conductor celoso de ser el primero en su carril. 

Cada vez hay más conductores celosos e inseguros, poco corteses y agresivos. Personas que no te ceden el paso, porque se imaginan que entonces ellos estarán “detrás” de ti. Personas plagadas de problemas de imaginación y de autoestima, que confunden generosidad con sumisión, cortesía con debilidad y posición con dignidad. 

El problema es que esas personalidades no sólo son así al volante, también lo son en su trabajo, en su casa, en sus relaciones de compañerismo y amistad, en la fila del banco o del mercado, en la plaza pública... Comienza uno a platicar que le fue bien en tal o cual asunto, y pronto sacan otro tema para desvanecer el logro ajeno… ¿No sería más fácil felicitar al colega? Sí, pero eso implicaría “dejarle el lugar de enfrente en el carril”. Nuestras inseguridades laborales nos están impidiendo celebrar los triunfos ajenos y las conquistas de los colegas. Nuestros complejos de inferioridad nos están poniendo del lado de los que obstaculizan el desarrollo de los demás. Total, que en el “carril” del éxito, del logro, del prestigio, de progreso, de la mejora… sólo pueden transitar ellos y ¡nadie más! Y de eso se encargarán y pisarán el acelerador sin dudarlo. 

¿Cuáles direccionales encienden mi esposa y mis hijos para avisarme que van a pasar al carril en el que voy? ¿Direccionales de necesidad, de silencio, de soledad, de alegría, de triunfo, de fracaso, de ansiedad, de desarrollo y madurez? ¿Qué actitud asumo? ¿No dejarlos pasar? ¿Impedirles el desarrollo? ¿Es mi paternidad un ejercicio de invisibilizar a los hijos? ¿Vivo mi conyugalidad desde el machismo opresor? 

¿Cuáles direccionales encienden mis colegas en el trabajo? ¿Cuáles direccionales encienden mis alumnos y tesistas? ¿Cómo reacciono inmediatamente que las veo? ¿Cómo estoy lidiando con mis inseguridades, mis miedos, mis ansiedades y mis complejos? 

¿Por qué no sé compartir el “carril” de mi vida con los demás? ¿Qué se remueve dentro de mí cuando veo que en ese “carril” otros quieren transitar?  

Ya en otras columnas he dicho que los académicos somos una fauna bastante peculiar. Y fue un conductor el que me regaló una de las claves para entender mejor al gremio. Somos inseguros porque somos vanidosos, aceleramos porque creemos que el objetivo de los demás es ganarnos nuestro lugar, somos pasivo-agresivos porque creemos que somos los dueños del “carril” en el que vamos. Y la verdad es que nada de lo anterior es cierto: el prójimo lo puso Dios en nuestro carril para ayudarnos y para que nosotros lo ayudemos, porque ayudándonos mutuamente, mutuamente crecemos, porque la vida es comunidad, porque en el otro encuentro mi felicidad.