Los años pasan. A los que vivimos en la academia nos viene cada inicio de ciclo la constante tentación de “reeditar” la historia. Sí, desenlatar los mismos cursos, pero para un nuevo grupo de alumnos; preparar los mismos chistes que convienen en la sesión cinco o en la seis; hacer el temible examen de primer parcial para luego aflojar en el segundo; invitarlos al proyecto “x”; hacer la arenga “y”; beneficiarlos con la oportunidad “z”, para luego concluir el curso.
La tentación que nos acecha en cada ciclo escolar es la del tedio, la de la monotonía, la de la repetición, la de la rutina.
Yo había escuchado a psicólogos y terapeutas advertir a matrimonios sobre el peligro de la “rutina”. Cuando ella se instala, se acaban la creatividad, la complicidad y la novedad, se termina el ímpetu excitante del inicio y el brillo de los ojos enamorados. Y lo mismo puedo afirmar que sucede en las universidades, mutatis mutandis.
Regresemos en el tiempo. Recordemos, cada uno de nosotros, lo que hacíamos cuando éramos maestros noveles. Nos faltaba mucho, ciertamente, pero había algo que sobraba: ganas de cambiar el mundo, chispa y creatividad, ímpetu para interesarnos por la vida de cada estudiante.
Lo que me he dado cuenta –viendo algunos casos en distintas Universidades– es que hay un puñado de maestras y maestros que escapan a esta maldición de la rutina, y que el pasar de los años no acaba con su fragor, ni la experiencia anula su apertura y entusiasmo. He conocido viejos con el corazón joven (lo mismo que he conocido gente joven que ya está deprimida, vive aburrida y transmite pesimismo a cada paso que da). Cuando digo que son “viejos jóvenes” lo digo casi con reverencia, pues son hondos posos de sabiduría, que han vivido mucho y, sin embargo, no dejan de sorprenderse, no han perdido la capacidad de admiración.
El que no pierde la capacidad de asombro se mantiene siempre joven, no importa los años que tenga. Y, con el asombro, vienen muchas otras cosas: la ilusión, la esperanza, el arrojo…
Cinco versículos del Apocalipsis nos sirvan a todos de acicate:
Escribe al Ángel de la Iglesia de Éfeso: «El que tiene en su mano derecha las siete estrellas y camina en medio de los siete candelabros de oro, afirma: «Conozco tus obras, tus trabajos y tu constancia. Sé que no puedes tolerar a los perversos: has puesto a prueba a quienes usurpan el título de apóstoles, y comprobaste que son mentirosos. Sé que tienes constancia y que has sufrido mucho por mi Nombre sin desfallecer. Pero debo reprocharte que hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo. Fíjate bien desde dónde has caído, conviértete y observa tu conducta anterior. Si no te arrepientes, vendré hacia ti y sacaré tu candelabro de su lugar preeminente». (Ap 2, 1-5)
Probablemente nos parecemos, como comunidad, a estos cristianos de Éfeso. Los profesores de UPAEP sudamos la camiseta; nos entregamos; desde la fundación, hemos peleado honrosas batallas, hemos sido constantes en muchas iniciativas; hemos sufrido sin desfallecer. ¡Qué bellas palabras! Ojalá un día seamos dignos de escucharlas. Pero después del sincero reconocimiento, se revela un reproche: “has dejado enfriar el amor que tenías al comienzo”. Diagnóstico tan breve como certero.
¿Tibios? Seremos eso como comunidad académica. ¿Qué se ha enfriado de aquella nuestra pasión académica inicial? ¿Las tesis que ahora revisamos, las revisamos con el mismo detenimiento que la primera tesis que dirigimos? ¿El trato personalizado que damos a cada estudiante es el mismo que cuando estábamos contratados “a prueba”? ¿Estudiamos y preparamos tan bien cada clase que impartimos? ¿Nos pesa dar clases o es algo que nos sigue atrayendo?
No dejemos que la tibieza se instale. Cada uno sabe sus cuitas. Cada uno sabe, en el fondo de su corazón, qué actividades ya se hacen por rutina… al igual que sabemos dónde hay rescoldos que aún podemos resoplar para avivar el fuego de la pasión por educar. Hagamos un alto en el camino y reflexionemos seriamente. Recuperemos la mirada de asombro. Redescubramos nuestra vocación. Volvamos al amor que teníamos al comienzo.