Un poema de George Herbert, escrito en 1651 sintetiza para los niños una de las más importantes lecciones sobre cuidar los detalles cotidianos y, aparentemente, insignificantes:
The horseshoe nail |
El clavo de la herradura |
For the want of a nail |
A falta de un clavo, |
For the want of a shoe |
A falta de una herradura, |
For the want of a horse |
A falta de caballo, |
For the want of a rider |
A falta de jinete, |
For the want of a battle |
A falta de batalla, |
And all for the loss |
Y todo por la pérdida |
A Shakespeare se debe, sin embargo, la famosa frase: “A horse, a horse! My kingdom for a horse!” (Ricardo III, act. 5, esc. 4). Imaginemos que es la batalla de Bosworth, y todo se decidirá en una contienda. El herrero prepara el caballo favorito del rey; pero por la prisa del palafrenero, y a falta de clavos y en medio de una tremenda presión, el herrero no pone del todo bien la última de las herraduras. En la batalla, la herradura mal puesta se zafa, luego el caballo tropieza y cae, y con él el jinete, que es el mismo rey Ricardo III; sus tropas salen en desbandada, Enrique mata a Ricardo, y se queda al frente del reino y así, con Enrique VII, comenzó la dinastía Tudor.
La historia termina entretejiéndose siempre con leyendas, o tal vez sucede al revés. Pero más allá de lo histórico y de lo fantástico, quiero ir a una de las grandes lecciones que atraviesan este relato: “el cuidado de lo básico”. Y qué mejor que la vida académica.
¿Cuál es el ‘clavo’ en el caso de la vida universitaria? ¿Qué es tan obvio que tal vez pasa desapercibido? Estudiar. Sí. Me explico. La Universidad es el encuentro en pos de la verdad. Nos reunimos estudiantes y profesores en torno a los saberes: su transmisión, su generación, su aplicación en la vida profesional, su pertinencia social, etc. Nadie duda que los docentes han de ser expertos en su disciplina, apasionados para contagiar el amor a ella y buenos didactas para transmitirla. Pero si los docentes no tienen tiempo para estudiar, ¿qué pasa? Ocurre una cascada de cosas funestas: desenlatan contenidos que sólo repiten, no están actualizados, no tienen tiempo para contrastar con otros colegas, ya no conocen nuevas aplicaciones, no problematizan sus saberes, dejan de ser atractivos para sus discípulos, entonces suplen con control y temor lo que ya no están consiguiendo de atención en el aula, entonces el prestigio de la carrera y de la Universidad misma decae –pues una universidad es sus profesores–.
¿Qué llevó al herrero del caballo de Ricardo a cometer un error tan básico? La prisa y la presión. Me interesa reparar en estos dos elementos. Le urgen a hacer algo pronto, no a hacer algo bien; le presionan para que dé resultados “inmediatos”. ¿Qué terminó haciendo? Algo chafa que fue fatal.
¿La culpa de quién es: del palafrenero o del herrero? De ambos. Henos aquí, administrativos y académicos, en cierta manera retratados. La culpa del palafrenero: hablar sólo de las metas, los indicadores, los informes, las actas, los reportes, la acreditación, la medición, la… siempre pidiéndose pronto, para “ya”, con un profundo sentido de urgencia, como si de la entrega expedita de información, de papeles y de emails, dependiese todo; como si del botón no apretado a tiempo en el LMS, en el ERP, en el… fuera a abrir la caja de pandora de las desgracias, cuando en el fondo no creo que eso suceda, pues aunque sí hay ciertos procesos administrativos vitales -seamos sinceros- ya nos estamos enfermando de estrés, de sobredosis de trabajo (burnout), de falta de alegría.
Pero también la culpa la tuvo el herrero. No supo discernir lo importante de lo urgente. Herrero torpe que sucumbió a la presión. Herrero insensato y cobarde, que seguramente cuando fue llamado a cuentas echó la culpa al palafrenero. Herrero sin jerarquía de valores, sin amor profundo a su oficio, sin virtud en sus quehaceres. Académicos que nos quejamos todo el día, pero cuando tenemos veinte minutos libres, nos distraemos con celulares. Académicos que ya no pisamos la biblioteca, que no cargamos libros bajo el brazo, que no debatimos acaloradamente en los pasillos. Profesores que ya no enamoramos porque, dicho sea de paso, ya no estamos enamorados.
Para algunos maldito, para otros bienamado, Ricardo III perdió el trono y con él terminó la casa de York. Y, si damos crédito a fábulas, poemas y tragedias, lo perdió todo por un clavo.
¡Ay de esta Universidad si sus profesores dejan de estudiar! ¡Ay de cualquier universidad si esto sucede! No creo que sea una exageración pedir un 1/3 de la jornada semanal dedicada al estudio, individual o grupal. Aquí está el clavo que fija la herradura, con la cual cabalga seguro el brioso caballo que ha de dar la victoria al jinete, para así conservar el reino.
Si no estamos dedicando tiempo a esto, es necesario poner un alto y revisar las cosas ahora. Y todos entrarle a la revisión, porque todos somos responsables del estado de cosas. Dedicar tiempo a poner bien los clavos a las herraduras es todo menos una estupidez.