Una tía solía decir: “hay de todo en la viña del Señor” para afirmar que en el mundo uno se encuentra personas de todo género. Los docentes no somos la excepción.
Hay docentes entusiastas, otros más introspectivos; los hay muchacheros, otros que tan pronto acaba la clase se refugian en la sala de maestros; unos aman más los medios tecnológicos para estar en contacto permanente con sus estudiantes, otros más bien prefieren 5 minutos cara a cara en un pasillo o en la cafetería. ¡Viva la variedad!
En medio de esta diversidad legítima, hay una tipología lamentable: los decentes y los indecentes.
‘Descentia’, en latín, refiere a la cualidad de “ser conveniente o adecuado”. ¡Qué interesante! La Real Academia propone tres acepciones de ‘Decencia’:
- Aseo, compostura y adorno correspondiente a cada persona o cosa.
- Recato, honestidad, modestia.
- Dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad de las personas.
En la primera acepción, se llama ‘decente’ al que tiene el aseo ‘adecuado’, al que porta el vestido ‘conveniente’ y ‘apropiado’, ya sea a su profesión o a la ocasión. En la segunda acepción se hace hincapié en las intenciones que también han de ser ‘adecuadas’, mientras que, en la tercera, en la conducta externalizada, en los actos y palabras para que sean ‘apropiadas’ a la dignidad de la persona.
Docentes decentes:
- Limpios y aseados. No es necesario que vistan a la moda o ropa nueva. Se gozan en la elegancia de lo sencillo.
- Corteses, alegres, afables. No son amigos de la palabra altanera ni soez, más bien tienen una voz presta a contentar y a aliviar la fatiga en los demás y, por supuesto, a enseñar.
- Bien intencionados con sus alumnos y alumnas. Es decir, aun siendo amigueros, no son llevaditos o irrespetuosos. Conocen los límites y los mantienen de manera natural.
- Veraces. La decencia implica la honestidad intelectual de expresar que se sabe lo que se sabe y que no se sabe lo que no se sabe. Nada de fanfarronear ni de blofear.
- El chisme y la intriga son de lo más indecente que hay, por eso lo evitan a toda costa. No son de comidillas donde se “comen vivo” al colega o al jefe. O hablan bien de los demás, o mejor callan.
¡Cuánto daño hace un maestro indecente! Daña a sus estudiantes, daña el ambiente donde convive con sus colegas, daña la fama de su institución, se daña a sí mismo. Porque todo maestro enseña, incluso los indecentes: enseñan que la vida es simulación, y que es mejor aprender a timar que ir por la senda de la justicia; enseñan que la corrupción es inevitable y que es mejor aprender sus artes que combatirla; enseñan que la ética profesional es sólo una materia que hay que aprobar, no un hábito de por vida; enseñan que no hay esperanza, por eso ante la derrota sólo nos queda desentendernos de los afanes del trabajo con placer y diversión.