Ventajas y oportunidades
No tener el poder, no estar en asientos de poder y no pertenecer a la mayoría en el poder, tiene sus grandes ventajas, pero dejamos de verlas porque nos obsesionamos por llegar al poder.
El que no está en el poder puede interpelar al poderoso, puede y debe reclamarle su acción y su inacción. Y no debe temer llamarle: “autoritario y tirano” cuando, en vez de servir a todos, se sirve de todos. El simple y sencillo ciudadano sin poder, conserva siempre la facultad de llamar a cuentas a quien manda: “tienes todo el poder, ¿qué has hecho con él? ¿Cuántos muertos, cuántos pobres, cuántos enfermos, cuántos ignorantes, cuántos sin techo hay bajo tu mandato?” El otrora líder defensor de las causas de los vulnerables, ahora se sienta en el trono, y por lo mismo deja ya de ser oposición crítica y debe rendir cuentas de su ejercicio. Enseñémosle a hacerlo a base de exigencias y reclamos justos y oportunos.
El verdadero binomio no es ‘izquierdas y derechas’, tampoco ‘conservadores y liberales’. El auténtico y real, el profundo e incómodo binomio es ‘poderosos y vulnerables’, o lo que es lo mismo, ‘poderosos y débiles’. Hagamos las paces con nuestra debilidad. Bien manejada, esta es la bandera que más preocupa al poderoso, porque es una bandera que convoca, que solicita compasión, que genera empatías. Nadie aplaude la bota del poderoso aplastando el cuello del indefenso.
Por supuesto, no hablo de ser “minoría” en sentido partidista: esas minorías van y vienen. Hablo de que la propuesta de la cosmovisión cristiana de la existencia (social, comunitaria, jurídica, ética, religiosa, familiar, económica, sanitaria, demográfica, etc.) es una propuesta sostenida cada vez por menos personas.
Pero hay muchas oportunidades en el hecho de ser minoría. Cuando las cosas no van bien, las minorías recuerdan a diputados y senadores que no los están representando, sino que representan a los intereses de los poderosos, que son sus testaferros. Cuando las cosas no van bien, las minorías empuñan megáfonos –no armas, esas las tienen los poderosos–, y se apuestan en casas de campaña afuera de Palacios. ¿Cuántas cosas no consiguieron las huelgas de hambre? La protesta pacífica –remarcando ante la opinión pública que era pacífica– siempre atrajo a los noticiarios en épocas de calma y aburrimiento.
Otra oportunidad: la prensa. Recuerdo esos periódicos, de apenas ocho páginas, que buscaban relatar el anverso de la historia oficial, esos que apelaban a la conciencia, que se repartían gratuitamente entre las personas que hacía fila esperando el microbús o el metro. Prensa repartida por apóstoles de las causas sociales. Detrás de la prensa estaban las plumas, los intelectuales. Hoy los “intelectuales orgánicos” y los “periodistas orgánicos” son los del régimen en turno, los que lo alaban y bendicen. Gramsci decía pelear desde la trinchera de los vulnerables (en ese momento el Partido Comunista se presentaba así). Pero esa trinchera ha sido desocupada por los de izquierda porque hoy ellos ocupan el poder. Sus intelectuales hoy son los verdaderos orgánicos; sus periodistas, la prensa chayotera. El anarquismo de los Flores Magón, sus arengas y rebeliones contra el autoritarismo, contra la concentración impúdica de poder, contra la concertación de fuerzas armadas y políticas, no podrían ser citadas sin que muchos hoy se mordieran la lengua o se pisaran la cola.
Preparación y Responsabilidad
¿Cómo nos hemos preparado para ser minoría? O vayamos a la pregunta previa: ¿nos hemos preparado para ser una buena minoría? No lo sé, pero lo cierto es que nos falta muchísima preparación.
Nos falta, para comenzar, un sano principio de realidad. ¿Acaso no decía Freud que ése era el principio más importante? Es una obra de caridad decir al joven que busca a la princesa rosa o a la chica que busca al príncipe azul que el objeto de su deseo no existe; existe una realidad, finita y limitada, buena aunque imperfecta, que es la que puede ser amada. Lo mismo sucede en la vida política y social. El sano realismo del que hablo es que de una vez por todas nos ubiquemos en la realidad, en la posición que nos corresponde (la minoritaria), pero comencemos con orgullo y convicción a promover nuestros valores y pensamiento. ¿Cómo se han ganado su lugar otras posiciones minoritarias a lo largo del siglo XX y XXI? ¡Comencemos!
Nos falta también prepararnos en las mejores técnicas y tácticas para hacernos oír. Nos falta organización para convocar marchas, para las consignas, para las demandas, para la lucha. Ya sé que usted me dirá: “no es así, por supuesto que todo lo anterior lo hemos hecho”, y me dará ejemplos. Y yo le responderé: “pero usted no lo hacía con la conciencia plena de ser minoría”. Y este es el punto nodal que marcará un antes y un después.
Siempre hemos pertenecido a alguna mayoría. Pensemos sólo en una: la mayoría católica. Muchos de los que leerán esto, de niños pertenecieron a una cultura: la “cristiandad”, que era mayoritaria y cuyos valores se reflejaban en leyes y costumbres, en calles y en hogares. Ya no es así, vivimos en una franca era poscristiana. La profecía que a mediados del siglo pasado escribiera el joven teólogo J. Ratzinger, hoy es realidad. Pero en aquel entonces, marchábamos en calles sabiéndonos parte de una gran mayoría (cultural o religiosa), que se oponía a los poderosos en turno. Hoy, en ese aspecto cultural-religioso, ya somos minoría. Y esto sucede en casi todos los ámbitos de la vida. Ahora sí, ¡bienvenidos a la minoría!
Nos falta, lo comenté antes, llamar por su nombre a los poderosos, y llamarnos a nosotros mismos minoría. Y manejar bien tal dialéctica. Alain Touraine, en ¿Qué es la democracia? decía que la democracia era la decisión de las mayorías respetando el derecho de las minorías. La mayoría llega hasta donde comienza la voz de la minoría. Está en nosotros demarcar ese límite, hacerlo visible, audible, táctil. Cualquier intento de transgredirlo hay que darlo a conocer como autocracia, tiranía, Estado fuerte, vulneración. ¡Aprendamos a alzar la voz! ¡Que no nos quiten nuestras banderas!
Nos falta la esperanza, el canto de protesta, la alegría contestataria. Nos faltan guitarras y poetas. Ante todo, nos faltan profetas –aunque tal vez no exista mejor profeta que el poeta–. Como fuere, recuperemos las artes, el cine, la danza, el teatro. La praxis política es, ante todo, una narrativa. La tragedia de muchas posiciones políticas comenzó cuando prescindieron de la cultura y se obsesionaron por la economía, creyendo que lo primero era para el entretenimiento y en lo segundo se jugaba el futuro. Esta insensatez fue trágica. ¡Es hora de la valentía y la creatividad!
Nos faltan influencers, olvidamos “las benditas redes sociales” y que éstas pueden provocar primaveras árabes. Nos falta elevar el tono de la voz, no para gritar estupideces ni groserías, sino para hacer preguntas incómodas. Por ejemplo, “¿si viviera Emiliano Zapata, qué pensaría del silencio mexicano ante la reelección de Nicolás Maduro? Al menos Lula y Boric no callaron.” Hay que gritar lo anterior, gritarlo y postearlo… ¡Caramba!, se pintarrajean cosas de menor monta. Digámosles que dejen de poner a los héroes de la patria como estampitas de santos en los membretes de documentos oficiales. Volvamos a hacer audible, con toda su potencia política, la voz de Zapata o de Villa, por mencionar sólo dos. No dejemos que el régimen los castre ni los domestique. ¡Quitémosles el monopolio de la hermenéutica de nuestra historia!
Nos falta mucho, pero debemos prepararnos con suma responsabilidad y tesón. Es tiempo de plantar otras simientes. Ya vendrán otros a cosechar. Tengamos la magnanimidad de no ser contemporáneos a los frutos. En un futuro, tal vez seamos mayoría (o tal vez no). En ese tiempo, surgirá otra pluma que vendrá a escribir a esa generación otra columna harto distinta: “Aprendamos a ser buena mayoría”, una mayoría que sinceramente vea por todos, que realmente construya para todos, que auténticamente trabaje por todos. En lo que esos tiempos llegan, ¡seamos una muy buena minoría!